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Otra escena es posible

El colectivo Retama y la nueva generación de compositoras peruanas

Por Alonso Almenara

Bastará echar un vistazo a los nombres icónicos de la historia de la música peruana para comprobar que esta ha sido escrita, en gran medida, por mujeres. Son figuras como Chabuca Granda, Yma Súmac, Lucha Reyes, Victoria Santa Cruz y Susana Baca —entre muchas otras— las que asociamos a las cumbres del cancionero popular. Pero no ocurre lo mismo con la música académica, donde una espesa capa de misterio se cierne sobre el papel de las compositoras.

En su artículo “La mujer en la música”, publicado en 2011 en la revista Consensus, Armando Sánchez Málaga se propuso contribuir a despejar esta bruma. Reunió datos biográficos sobre instrumentistas, cantantes y musicólogas peruanas, y mencionó también a dos compositoras académicas: Rosa Mercedes Ayarza de Morales (1881-1969) y Rosa Alarco (1913-1980). Sería injusto catalogarlas de “desconocidas”: ambas tuvieron, de hecho, un impacto apreciable en el imaginario popular. Destacaron, sobre todo, por la calidad de sus esfuerzos para tender puentes entre la tradición criolla y la música académica europea. El 28 de julio de 1938, Ayarza de Morales se convirtió además en la primera mujer en dirigir una orquesta sinfónica en el Perú. Durante aquel concierto histórico rompió más de un tabú, pues presentó un programa innovador con arreglos orquestales propios de marineras y valses criollos, que interpretó ante la conservadora audiencia del Teatro Municipal de Lima.

Además del artículo de Sánchez Málaga, existen varias otras fuentes que permiten reconstruir, al menos parcialmente, la historia de la música académica peruana escrita por mujeres. La Guía musical del Perú (1964) de Carlos Raygada refiere, por ejemplo, el caso de Clotilde Arias (1901-1959), autora de la canción Wiracocha. Textos de Enrique Pinilla y Aurelio Tello proporcionan datos sobre las trayectorias de Olga Pozzi Escot (1933) e Isabel Turón (1932-1974), autoras de origen extranjero que participaron en la escena local de música de vanguardia durante las décadas de los cincuenta y los setenta, respectivamente. Pozzi Escot ha tenido una carrera importante en los Estados Unidos, no solo como compositora, sino también como musicóloga, conferencista y editora de la revista Sonus.

¿Qué ha pasado desde entonces con la música académica escrita por mujeres en el Perú? Las investigaciones de la musicóloga Clara Petrozzi (1965) —quien es también violista y compositora— sobre CIRCOMPER (Círculo de Composición Peruano) y los compositores de la generación del 2000 muestran que la cantidad de mujeres inscritas en cursos de composición se multiplicó en el Perú durante la última década del siglo pasado. El éxito internacional de autoras como María Alejandra Castro (1978) y Pauchi Sasaki (1981) da cuenta de ese momento expansivo que se extiende hasta la actualidad.

Castro irrumpió en el escenario internacional en 2015, con el estreno, en el Muziekgebouw de Ámsterdam, de la ópera EICHMANN, basada en los escritos de Hannah Arendt sobre el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. Formada en el Conservatorio Real de la Haya y miembro de CIRCOMPER, ha podido observar la evolución de la escena clásica europea, así como la de la peruana, durante las últimas dos décadas. “En términos de género —advierte—, la situación de la música académica sudamericana es parecida a la del resto del mundo. En Europa y en casi todas partes ha habido pocas mujeres compositoras. Pero siento que esto está cambiando a partir de mi generación”. Hoy es innegable que una explosión de talento femenino ha tomado por asalto la añeja tradición de música clásica originada en Europa. Autoras como Kaija Saariaho, Unsuk Chin, Lera Auerbach, Anna Thorvaldsdottir, Gabriela Ortiz y Caroline Shaw marcan la pauta. El canon —ese concepto atávico— se ha ensanchado y, aunque aún está lejos de haber alcanzado la paridad en cuanto a la representación de hombres y mujeres, es más diverso hoy de lo que ha sido en cualquier otro momento de la historia.

En el Perú, la generación de Castro y Sasaki ha dado paso a la emergencia de un novísimo colectivo de compositoras que reclama vigorosamente nuestra atención. Articuladas en torno al proyecto Retama, lanzado en 2020 poco después del inicio de la pandemia, estas creadoras emergentes se han beneficiado de la ampliación de la oferta local en centros de formación musical con rango universitario, así como de las herramientas de distribución que las redes sociales ponen a su disposición. A pesar de las restricciones que trajo consigo la pandemia, han encontrado en la ética de trabajo colaborativo y en la interdisciplinariedad vetas promisorias para desarrollar sus ideas y hacerse escuchar.

Claudia Álvarez (foto Andrés Cuba)

“En otros países latinoamericanos como Colombia, Brasil, México y Chile, los colectivos de mujeres en la música nueva son múltiples” señala Castro, quien hace unos meses fue contactada por integrantes de Retama para entrevistarla. “Estas actividades entre mujeres compositoras existen menos en Europa”, observa. “Durante mis años de estudios, mis conversaciones siempre eran con colegas hombres. En ese entonces no lo veía como un problema, pero sí me hubiese gustado mucho conversar con mujeres sobre aspectos técnicos de composición y sobre el proceso creativo”.

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Claudia Álvarez es una de las compositoras más activas de Retama. Ha participado en la creación de la ópera multimedia Eclipses (2020) y escrito obras de cámara y electrónicas para diversos encuentros de jóvenes compositores. Entre sus creaciones destaca Averno citadino (2019), para ensamble Pierrot, estrenada en el foyer del Gran Teatro Nacional e inspirada en la experiencia cotidiana de circular por la avenida Javier Prado en la hora punta. “Es curioso, pues al extender la convocatoria a las demás compositoras, muchas de nosotras no nos conocíamos”, recuerda. Juntas han estrenado proyectos como Figuras, un ciclo de miniaturas instrumentales para danza contemporánea; e Imaginario fonético, un conjunto de piezas audiovisuales inspiradas por el trabajo de poetas peruanas. “Es bastante gratificante saber que somos una especie de hermandad creativa con la cual visualizamos muchos proyectos futuros”, dice Álvarez. Además de contribuir a formar un público que valore la música académica creada por mujeres, esta artista observa que Retama se ha propuesto “ser un espacio seguro para la creación”, un aspecto que, lamentablemente, no deja de tener relevancia en las artes escénicas peruanas, un medio donde cada año se reportan casos de acoso y violencia de género.

Yemit Ledesma

Dos otras compositoras asociadas a Retama coincidieron con Álvarez en Eclipses: Yemit Ledesma y Pía Alvarado. Para Ledesma, “no solo nos hemos relacionado profesionalmente, sino que hemos entablado un vínculo amical entre todas. Personalmente creo que es algo muy valioso, ya que el ámbito en el que nos desenvolvemos nos empuja a ver la carrera de composición como una competencia. Nosotras estamos cambiando eso, ya que competir una con otra no nos interesa en lo absoluto. Crecer en conjunto nos motiva para seguir dentro del colectivo”. Ella es profesora de composición en la Universidad Nacional de Música. Sus trabajos creativos suelen estar inspirados en obras literarias o mitos precolombinos; ha escrito también música para teatro experimental y cortometrajes. En su catálogo destaca La señora de Cao (2017), para acordeón, estrenada por la acordeonista alemana Eva Zöllner en el Goethe Institut de Lima.

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Pía Alvarado (foto por Luciana Goytisolo)

De Pía Alvarado escuché hace poco una pieza que me intrigó, Viento y paisaje (2021), para guitarra y pista electrónica, incluida en el primer podcast del Centro del Sonido. Es un trabajo atmosférico y sosegado, que sugiere el desarrollo de una suerte de ritual entre ráfagas de viento en las alturas de la cordillera andina. La combinación de guitarra y electrónica probablemente haya sido inspirada por Interpolaciones (1966) de César Bolaños, autor al que Alvarado dedicó parte de su tesis de licenciatura. Entre sus obras destacan también Noche oscura del cuerpo (2018) para ensamble de cámara y danza contemporánea; y la ópera breve EGOS (2019) para dos cantantes y orquesta. Ambas registran la influencia de Messiaen, aunque también permiten discernir la personal sensibilidad poética de esta autora, capaz de componer una música sugerente, cargada de afecto y expectación. Para Alvarado, “asegurar que el género te lleva a escribir de cierta manera o influye en la creación puede ser estereotípico. Hay muchos otros elementos que contribuyen a forjar el lenguaje personal, como la nacionalidad, las experiencias, los gustos, la exposición a ciertos estilos y hasta las circunstancias temporales”. Sobre su participación en Retama, comenta: “Siempre hemos querido respetar el estilo y lenguaje de cada una; más bien, en nuestros proyectos buscamos la unidad a través de otros elementos: sea el trabajo con una misma disciplina, formato instrumental o el concepto que englobe a las obras”.

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Otra compositora clave en Retama es Macri Cáceres, un poco mayor y más afianzada que las demás en la escena local. Estudió composición en la UPC y ha seguido el diplomado en creación sonora con nuevas tecnologías del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras. Además de componer música mixta y electrónica, construye flautas de cerámica que integra a menudo en su trabajo como improvisadora. Es, además, una gestora cultural importante, miembro fundador de la Asociación Cultural Musuq y curadora del Encuentro Virtual de Compositoras Latinoamericanas: Mujeres y Música Nueva. Entre sus obras destacan Élan vital (2016), para flauta traversa, clarinete y electrónica —la primera pieza en la que Cáceres usó sonoridades de las flautas y silbatos de cerámica que ella fabrica—; prox.im.i.ty (2017), para cuatro intérpretes, escrita con un inusual sistema de notación gráfica basado en la edición de fotografías; y Girasoles gritando (2021), para viola y electrónica, una estimulante miniatura cuyas exploraciones texturales traen a la memoria las obras tempranas de Kaija Saariaho. “Un gran porcentaje del público que escucha mi música está fuera del circuito de conciertos clásicos”, explica Cáceres, quien siente en cambio una afinidad por la subterránea escena local de música experimental y por las variantes más radicales de la electrónica en vivo.

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En realidad, aunque estén lejos de proponer un frente estilístico unificado, estas artistas tienen en común una misma actitud prospectiva: buscan construir propuestas y circuitos de distribución fuera de los límites habituales de la música académica. Incorporan elementos tecnológicos propios de la experiencia cotidiana de su generación y toman prestados elementos expresivos de otras disciplinas, como el cine de animación, las artes escénicas experimentales y la poesía. Algunas integrantes de Retama sienten una fuerte afinidad por la música pop, que combinan con el bagaje técnico que acumularon durante sus años de estudios universitarios. Otras tienen una actitud marcadamente contracultural, más cercana del punk o del free jazz que de la música clásico-romántica que suelen consumir los suscriptores de la Sociedad Filarmónica de Lima.

Macri Cáceres

Retama ha sabido captar y potenciar todas estas tendencias. Su labor es aún tentativa, pero podría tener un impacto importante en el desarrollo de la escena de música contemporánea. Para Alvarado, “hay muchas idealizaciones alrededor de la imagen del artista. Se romantizan las obras, su contenido, el proceso creativo y hasta la personalidad del creador. Pienso que estos son estereotipos que poco a poco deberíamos ir rompiendo. Si bien se requiere cierta vocación y sensibilidad para ser artista, no deja de ser una profesión como las otras”. Cáceres coincide. Para ella, es posible apreciar las riquezas de la tradición clásica sin perder de vista que “todos estos factores han tenido un impacto negativo en los estándares e ideas con los que nos acercamos a la música contemporánea”.*

El valor de Retama no solo radica, pues, en su capacidad de magnificar la voz de un grupo emergente de creadoras. Es un proyecto autogestionario, cuyo carácter independiente resulta estimulante en una escena musical que siempre ha dependido del apoyo de instituciones estatales y de grandes fortunas privadas. Es una oportunidad para imaginar otro tipo de escena contemporánea: una más femenina, por supuesto, pero también más espontánea y más libre.